El amor de mi vida. ¡Gracias, Ana, por compartir!

Deberían ser eternos pero no lo son y se van pronto.

Era esbelto, pelirrojo, con manchas blancas —una grande en el pecho y otra en la punta de la cola—
como si fuera un pincel; con él, graduaba sus cambios de dirección en la carrera. También era muy
fibroso y atlético, saltaba cual gacela.

Tenía mucho carácter: era territorial y agresivo, no admitía competencia, debía ser el único. Mostraba celos inmediatamente y entonces atacaba. A pesar de este aspecto, también era cariñoso, como un enorme oso achuchable que te dejaba llena de pelos, ¡pero abrazarlo era un chute de energía y amor!

Su calma y paz eran ejemplares y, aunque estuviese tranquilo, permanecía siempre alerta. Avisaba
rápido con su bronca voz, signo de que prefería primero la paz. Por eso se rebelaba con la injusticia:
no le gustaban los gritos ni los malos rollos. Tenía miedo a la agresión y siempre se metía a separar
y amainar la situación.

Para mí, su virtud más admirable era su gran inteligencia y compresión, porque hablaba el idioma del
cariño y las miradas, con esos ojitos tan expresivos color miel, y esos ruiditos que hacía usando
varios tonos de voz… Entendía mejor que nosotros mismos tus sentimientos, atento, como si supiera
cómo estabas a cada momento.

Si tenía miedo volviendo a casa por un camino de bosque, de noche y sin luz, él, al que le gustaba
separarse e ir siempre por delante, se quedaba a mi lado pegado a mi cuerpo y en silencio. Al salir
de las sombras, a la seguridad de las luces de las primeras farolas, entonces avanzaba.

Para mí fue un maestro, me enseñó dignidad, a ser tranquila, doblegó mi negatividad y mis nervios. Cogía sus 30kg y me los sentaba en las rodillas dejando su cabeza por encima de la mía, entonces
jadeaba expulsándome su aliento de dragón en la cara. Lo único que podías hacer era abrazarlo y
darle las gracias… Por perdonar… Por comprender …

Aprendía rápido cosas sorprendentes, sobre todo jugando, como abrir y cerrar puertas en una orden. Tenía capacidad de análisis y planificación, era premeditado pues obtenía resultados, incluido el
castigo, sabía que lo había. ¡Hay tantas lecciones suyas!

Al final , cuando se acercaba el maldito día, él lo sabía, como lo intuyen todos los ancianos que
sienten la despedida, y así me lo fue advirtiendo… A lametazos.

Fue un ladrón de sentimientos, un conquistador ¡ojalá fueran eternos, pero no lo son!

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