La literatura del Barroco nos ha legado el que probablemente sea el poema de amor más hermoso de nuestra literatura (en opinión de Dámaso Alonso y otros críticos). En él Quevedo introduce un concepto novedoso: el amor que sobrevive a la muerte.
Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra, que me llevaré el blanco día;
y podrá desatar esta alma mía
hora, a su afán ansioso linsojera;
mas no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria en donde ardía;
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa:
Alma a quien todo un Dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejarán, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrán sentido.
Polvo serán, mas polvo enamorado.
Para entender la concepción amorosa de la época áurea de la literatura española es preciso conocer antes cómo se concebía el amor en la Edad Media. En muchos tratados de medicina era considerado un tipo de enfermedad cercana a la locura; por eso en La Celestina muchos tratan a Calisto como un loco.
Durante los siglos XVI y XVII en literatura asistimos a una “divinización” de la dama, que es deudora de la tradición anterior. En Provenza, varios siglos atrás, los trovadores cantaban las virtudes de sus damas. Martín de Riquer nos recuerda que esta concepción puede parecer poco original, pero, en realidad, fue el inicio; lo que ocurre es que está concepción se transmitió en Occidente con muchísimo éxito durante varios siglos. Así pues, la literatura del siglo de Oro (muy especialmente en los géneros idealizantes) estará llena de amadas idealizadas. Es interesante ver cómo en los poemas solo se describe el cuello y la cabeza de la mujer; el resto de su cuerpo ha desaparecido, en consonancia con una concepción del amor en la que ha desaparecido totalmente la carnalidad. El resto de su cuerpo puede aparecer en poemas de carácter satírico, como cuando Quevedo alude a las piernas de la mujer (“las columnas de cristal al templo de amor sustentan”).
El amor literario es siempre desdichado, siempre hay complicaciones. Cuando se acaban los problemas que se interponen entre la pareja, se acaba la historia. Por eso los pastores de Garcilaso se lamentan del desdén y de la muerte de la amada. Tendremos que esperar al siglo XX para que se cante al amor satisfecho. Las quejas por el desdén de la amada se van a convertir en un tópico y hay ciertas obras que crearán escuela. Por ejemplo, el personaje de Ariosto se va a convertir en un paradigma de la locura de amor (y será imitado por don Quijote en Sierra Morena).
En resumen, al llegar al Siglo de Oro español, nos encontramos con una panorama literario amoroso heredero de la tradición anterior. Sin embargo, en el país sí habían cambiado algunas cosas. El Concilio de Trento legitima las relaciones matrimoniales. Hasta ese momento se podían realizar matrimonios clandestinos en los que la pareja se casaba sola ante la presencia de Dios. No es muy díficil imaginar cuál era el problema de estos enlaces. Más allá del disgusto de los padres, el novio podía olvidarse de que se había casado e irse con otra. Esto lo vemos continuamente en la literatura áurea: le pasa a Dorotea (Quijote),… En realidad, cuando Cervantes y sus coetáneos escriben, este matrimonio ya no existía, pero la literatura lo seguirá usando porque le da mucho juego. De hecho, una de las tramas que se repite en varias obras es la de la amada engañada que se disfraza de hombre para perseguir al que le ha dado palabra de matrimonio. Cabe llamar la atención sobre la respuesta original que da María de Zayas: una de sus heroínas decide abandonar la persecución del hombre amado ya que se da cuenta de que ella vale más que él.
Pero, ¿había amor en el matrimonio? En las clases medias y bajas era bastante probable que este produjese a causa de un afecto previo; no así en las clases altas, donde se movían muchos más intereses económicos y de poder. Curiosamente en la literatura de esta época, solo se contempla el amor entre las clases altas. Lo que ocurría entre las clases bajas era algo más biológico, pura necesidad de reproducción. En ese sentido, La Celestina fue también subversiva ya que sugería que los criados eran capaces de cierto cariño hacia sus parejas y rebajaba el grado de idealismo en las relaciones entre las clases altas.
En conclusión, el Siglo de Oro español nos dará algunos ejemplos excelentes de amor literario (como el poema de Quevedo con el que abríamos este artículo), pero este no es un reflejo exacto de lo que ocurría en la sociedad.