Y los ganadores son:
- Laia Tèrmens (4º A)
- Erika Vivas (4º B)
- Néstor Ezquerra (4º B)
- Alba Cajal (3º C)
Agujero para chiflados.
[Whittingham. Abril,1964]
Me acurruco encima del colchón húmedo y frío, cubierto por la costra de mis propias heces y vómitos secos. Hoy mi celda está especialmente oscura.
Una ráfaga de aire irrumpe entre los barrotes de la minúscula abertura que da al exterior.
Un aire húmedo, transporta consigo un pétalo rosáceo. Debe ser del cerezo del patio. Tiemblo. Cierro los ojos.
Terror, sólo veo el terror en la cara de mi madre cuando se enteró, seguido del desprecio. Sé que ese momento estará en mi mente cuando mi corazón lata por última vez.
Aún puedo oír mis gritos cuando esos hombres me sacaron de casa prometiéndole a mi madre que encontrarían una cura para mí. “¡No dejes que me lleven, madre por favor!”
Su rostro de piedra me miraba con gesto serio, de tristeza y rabia a la vez.
A mi mente llega el recuerdo de la primera vez que el doctor Whispers entró a mi zulo. En su mano derecha llevaba una grabadora gris y arrastraba consigo una silla de madera. Se sentó. Sus ojos se clavaron en mí durante varios minutos. Al otro lado de su mirada, parecía que el tiempo se había detenido. Bajo su gesto de compadecencia y odio, el miedo me heló la sangre.
Entonces se presentó. Su voz profunda contrastaba con su cuerpo delgado, me impactó un poco. Después empezó su relato cruel. De su boca sólo salían detalladas descripciones de los actos sexuales que los homosexuales practican, con unos detalles gráficos y lenguaje explícito, haciéndome sentir repugnante.
Al acabar, me hizo acompañarle a una sala más luminosa, con una mesa y una montaña de libros “prohibidos”.
En ellos había imágenes de hombres en bañador, nada erótico.
Me hicieron estudiarlos todos mientras él seguía describiendo esas nauseabundas fantasías.
Finalmente, me inyectó un líquido verdoso, que hizo que posteriormente pasara varios días en el colchón, con una fiebre altísima y espasmos musculares, además de vómitos asquerosos. Una vez pedí a una enfermera que me dejara ir al baño, a lo que ella contestó: “No, usa la cama”. No volví a pedirlo más.
Hubo una temporada en la que hacían pasar a otra enferma a mi habitación. La hacían desnudarse ante mí y yo tenía que observarla, besarla y tocarla contra mi voluntad. Lágrimas brotaban de sus ojos verdes cada vez que se desataba la bata. Pobre muchacha infeliz, atrapada en este sucio agujero.
Un escalofrío sacude mi cuerpo. Siento un pinchazo de dolor. Las heridas infectadas procedentes de las sangrías arden en mis brazos y piernas.
Mi estómago ruge y mi cuerpo vuelve a temblar. Llevo dos semanas sin comer, sin poder ver más luz que la que entra por el agujero de la pared.
Mis pulmones fallan, mi pecho está vacío. No puedo respirar. Toso. Toso mucho. Mi cabeza está a punto de explotar, mi visión se vuelve borrosa y la boca me sabe a sangre.
Veo mi vida pasar ante mis ojos, mi madre. Es lo último que veo.
Whittingham, enhorabuena, después de siete años has ganado. Has podido conmigo.
Sonrío antes de que me envuelva la oscuridad, no tendré que volver a ver la sonrisa de Whispers mientras me arranca las últimas uñas que me quedan.
Una ráfaga de aire irrumpe entre los barrotes de la minúscula abertura que da al exterior. Un aire húmedo, transporta consigo un pétalo rosáceo, que cae junto al otro.
¿Por qué el amor de un ser humano debe ser pagado con dolor y agonía?
¿Por qué el amor de un ser humano debe estar eclipsado y oprimido por el terror?
¿Por qué un ser humano fuerza a otro para amar a quien ni siquiera le atrae?
El amor es solo amor, no hay diferencia entre el tuyo y el mío. Mi amor seguira siendo amor aunque no sea como tú crees que debería ser. Si yo siento al igual que tú, ¿Por qué infravaloras mis sentimientos y los pisoteas sin piedad haciéndome sufrir? Yo también soy un ser humano.
Laia Tèrmens
LA CHICA ENTRE REJAS
Son las tres de la mañana del 13 de Febrero. La ventana está abierta y tengo frío.
Esta carta va para ti, la chica entre rejas, la chica del pijama gris, la que perdió la sonrisa. Parece irónico que tú fuiste la que me liberaste y ahora has perdido, de golpe, todas y cada una de tus libertades.
Yo tampoco he vuelto a volar desde que te fuiste hace veintisiete días. Hace casi un mes, maldito eterno mes, cuando tú y yo nos dejamos llevar, por una vez, por la cálida brisa. Toda la vida había cerrado mis ojos, fuerte y sin ganas.
No tenía intención de mirarle a los ojos al hombre con el que siempre me habían dicho que contraería matrimonio. Él me miraba de arriba a abajo y lentamente, como si me disparara con cada pestañeo. Yo tenía la mirada perdida y distraída, y en ocasiones lo veía todo negro. Ninguna se parecía a la tuya: parecía que veías los siete océanos cada vez que levantabas la mirada por encima de la ventana que daba a las afueras de la ciudad. Creo que me perdí varias veces en tus ojos y aún me siento culpable de ello.
Recuerdo que una vez me prestaste el libro de Romeo y Julieta porque te recordaba a nosotras. Doscientas páginas después me di cuenta de que no era así: nuestras familias no estaban enfrentadas, de hecho, eran más que conocidos, lo que me asustaba aún más. Cada día me sonreías más y lo hacías todo más difícil en mi cabeza.
Nunca admití estar enamorada de ti. Solía contarles a mis amigas lo perdida que estaba por el chico del edificio de enfrente. Parecían emocionadas de que nos juntáramos de una vez por todas. Y lo intenté, de verdad, pero te acercabas a la esquina dónde solía leer y desmontabas todos y cada uno de mis planes.
El sol se escondía y dejaba reflejos naranjas y rosados por las fachadas. No se oía apenas nada, y los sonidos que había parecían lejanos. Yo apretaba los puños. Me miraste, algo se liberó dentro de mí y rocé tus labios. Fuiste mi primer pecado.
Pocos segundos más tarde los ruidos comenzaron a acercarse, ansiosos. “¡Traidoras!, ¡sucias!” gritaban. Fue entonces cuando te separaron de mí. Mis manos temblaban sudorosas, y ahí tome mi peor decisión: corrí. Corrí sin volverte a mirar. Me alejé cuatro o cinco manzanas y casi salí de Marrakech. Me mareé y no recuerdo nada más.
Ahora son las cuatro menos cuarto de la mañana y finalmente admito estar enamorada de ti. Si algún día, chica entre rejas, recibes esta carta, espero que me arresten contigo. Las dos fuimos culpables del mismo injusto pecado.
Erika Vivas (4º B)
UNA DECISION COMPLICADA
Estoy triste, ya que veo que nadie me apoya en ser madre soltera. Mis amigos me dicen que tengo que encontrar un marido, mis padres dicen que la niña estará mejor con una familia completa, que la dé en adopción.
Pero creo que no necesito a ningún hombre a mi lado para que mi hija crezca feliz.
Mi hija ahora tiene seis años y va a primero de primaria. Se llama Carla.
Creo que después de seis años sin padre ahora no le hace falta uno.
Pero lo que nadie sabe es que yo no quiero un hombre para mi hija, sino que quiero otra madre para Carla.
Mis padres no entienden como a la gente le puede atraer o gustar otra persona de su mismo sexo, ellos lo llaman aberración. Siempre he vivido bajo esa sombra, les he presentado a novios falsos para que me dejaran tranquila, pero el bien para mi hija es una persona a la que yo ame y así ella le pueda amar también.
Y aunque nadie los sabe, llevo un tiempo conociendo a una mujer, perfecta, le gusta el deporte y salía a pasear. He decidido presentársela a mis padres, seguramente no me apoyarán, pero mi hija va a tener lo mejor.
Es la mujer de mi vida.