Flor Marchita Laia Termens, 4ºA
Fue ese nauseabundo olor el que hizo sospechar a los vecinos, que pronto llamaron a la policía. Los agentes entraron a la fuerza en el apartamento, hallando entonces a los dos cadáveres. Por el estado de putrefacción de estos, descubrieron que ella había muerto siete días antes que él. No tardaron en ver el cuaderno que el varón sostenía entre las manos. Este tenía unas páginas marcadas con un claro enunciado: “Lean esto cuando ya haya vuelto con ella”.
El inspector tomó el cuaderno entre las manos, guardándolo en su maletín. Ya en su despacho, procedió a leer tranquilamente las palabras que contenían aquellas misteriosas páginas:
“Nos fuimos a dormir y nunca más volvió a despertar. Murió entre mis brazos mientras yo soñaba con pasar toda la vida junto a ella.
Le diagnosticaron esa enfermedad cuando nos casamos y decidió quedarse en casa conmigo. La miro y no puedo. No puedo enterrar su cuerpo perfecto. No quiero sepultar su rostro angelical. Así será sólo para mí.
Ha pasado casi una semana desde que se paró su corazón. Se ha hinchado un poco, pero no importa, sigue siendo ella. Me gusta peinarla cáda día y sentir cómo su cabello suave roza mi piel áspera.
Sus labios siguen suaves cuando la beso y sus ojos grises no han perdido vitalidad a penas.
Sé que me sigue queriendo.
Me enamoré de su sonrisa, sonrisa que ahora sólo puedo recrear modificando su rostro gélido y sin vida con mis manos.
A veces hasta puedo oír cómo sus palabras pasadas salen ahora de su boca.
Susurros que se lleva el viento pero que se quedan grabados en mi mente.
–No me dejes, no me dejes nunca.– , –No dejes que las sombras me lleven con ellas.– , –Ven conmigo y quédate para siempre.–
La miro y mi corazón sigue por ella tal y como era cuando el suyo también latía bajo su pecho perfecto. La sigo amando como si fuera el primer día.
Mi corazón es esclavo del suyo, aún lo es aunque el suyo se haya congelado en el tiempo.
Por ella haría lo que fuera, lo que me pidiera.
Me lo está suplicando, me suplica entre susurros que vaya con ella. Ya no tengo nada que perder, yo ya estoy muerto. Morí por dentro cuando me dí cuenta de que ya no volvería a escuchar su risa, de que el tacto de su piel bajo mis dedos no volvería a ser cálido como antes. Fue en ese momento cuando mi corazón dejó de latir con fuerza para convertirse en ceniza que aún se mueve bajo mi pecho.
Quiero ir con ella, ya no tengo nada que perder, pues ella es mi tesoro, mi flor y ahora ya está marchita. Me voy, me voy con ella pero esta vez para siempre.”