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ADIVINA QUIÉN ES EL AUTOR

Desde la noche de los tiempos el ser humano ha creado imágenes para expresar sus deseos, temores, creencias, … poniendo en juego esa capacidad que, junto con otras muchas, contribuye a determinar eso que llamamos “condición humana”. De muchas de tales imágenes conocemos, o creemos conocer, su significado; de otras, nos resulta un auténtico enigma.

Miguel Casas, profesor especialista en Historia del Arte, en colaboración  con Carmen Salvador, elegirá una obra de arte que nos ayude a poner en práctica otra capacidad, también distintiva del ser humano: la capacidad de fabular en torno a dichas imágenes, pero de forma libre, como cuando de niños jugábamos a vislumbrar siluetas de personajes o escenas en las manchas de humedad, en los desconchados de la pared o en las formas extrañas de las baldosas de nuestras casas

Esta es la primera imagen y los cinco microrrelatos que han surgido al contemplarla. Están firmados por profesores de nuestro centro que han empleado un pseudónimo. ¿Te atreves a especular sobre quién se esconde tras cada uno?

Mira el cuadro, lee atentamente cada relato, piensa y deduce a qué profesor crees que puede corresponder ese tipo de escritura y completa esta encuesta: Adivina quién es el autor de cada microrrelato

Wyeth, Andrew
Wyeth, Andrew

Inquietud

El cuerpo de la joven mujer está en tierra, caído; debilidad y esfuerzo; postura anhelante de búsqueda y de esperanza.

El paisaje es un campo yermo que evoca soledad y distancia.

Horizonte desnudo, recortado por dos construcciones de madera que aparecen grises, que no invitan a acercarse, que no transmiten calor.

Pared sin ventanas, edificio sin elegancia, para cosas, no para ser habitado ¿granero, establo, almacén?

El otro edificio es una casa que parece lejana, como si huyera, y sin embargo es un lugar al que ir. Se esboza un camino entre las hierbas.

La mujer mira hacia la casa. ¿Está habitada o vacía? ¿Desea llegar a ella o trata de huir? Tensión.

Pseudónimo: Homo Viator

27 de mayo de 1990

Por lo visto en aquel entonces había crisis. Lo estaban diciendo por la radio del coche.

-¿Qué es la crisis?-, le pregunté a mi padre.

-La crisis es esto-, me respondió.

No entendí nada. Mire por la ventanilla del coche, los campos estaban allí, las flores estaban allí, el sol brillaba. Dentro del coche mi hermano jugaba con un Pinypon y mi madre se había puesto un vestido y estaba guapa. Mi padre conducía un viejo Seat de tercera mano. Íbamos a comer a casa de mis abuelos. Miré y miré, dentro del coche y por la ventanilla, y no encontré lo que estaba mal.

-O sea, que no es nada importante-, concluí yo.

-Efectivamente, nada importante-, me dijo mi padre. Así que nunca volví a preocuparme por la crisis.

Pseudónimo: “Lo contrario de luna bonita”

Mejor me voy

Atracción y repulsión.
¿Cobijo o cárcel?
¿Tormento o sosiego?
¿Huída o asedio?
¿Temor o deseo?
¿Voy o …? No, mejor me voy.

Pseudónimo: “Sextilio”

Como una rosa pálida

Aquella maldita fiesta. Las copas, el humo, la sensación de mareo y aturdimiento. Luego, la mano en la boca, asfixiante. La oscuridad en la cabina del camión y la náusea en cada curva de un recorrido interminable. El resplandor de unas luces azules en medio de la noche, un frenazo brusco y unos brazos nerviosos arrojándome con violencia sobre la tierra húmeda.

Llevo aquí, inmóvil, muchas horas. Siento el crujido de los huesos de mi pierna, punzantes como un alarido. Grito y muevo los brazos, pero en las ventanas ciegas no hay nadie. Nadie en medio de esta llanura interminable y desolada.

Pronto llegará la noche y con ella el despertar de las hormigas, de millares de hormigas silenciosas.

Al mediodía, alguien encontrará este vestido de raso vacío, como una rosa pálida, sin esplendor, en la hierba.

Pseudónimo: “Khaída de la Hoja”

Cientos de lunas

Por fin había llegado. Habían sido muchas lunas caminando por senderos que parecían no acabar nunca, parajes desconocidos, seguramente muy bonitos, pero no había tenido ni siquiera tiempo de echar un simple vistazo. Su único objetivo era caminar y caminar… Un paso y luego otro y otro más… “Venga, que tú puedes” se decía constantemente para no desfallecer. Lo único que quería era salir de aquel país… Su país. Si le hubieran preguntado hace unos años cómo veía su futuro jamás hubiera imaginado tener que huir de allí y dejar a su familia, a sus amigos, a su gente, su ciudad… Su lugar. Crisol de culturas durante siglos, lugar único en el mundo con monumentos maravillosos que ahora estaban hechos cenizas por la sinrazón del ser humano. No se entendía cómo en sólo unos años todo había cambiado tanto… Y si sólo hubiera sido eso: ver el cambio del país, de su ciudad… Sin embargo, lo que más la indignaba era ver la desidia del resto del mundo… Nadie había hecho caso de lo que allí estaba pasando. Todos mirando hacia otro lado, como si allí no hubieran personas. Y ahora, que la población ya no podía más, que estaba harta de ver cómo se deshacía todo delante de sus ojos, había decidido hacer un hatillo con lo mínimo: una botella de agua y un par de fotos de sus seres queridos. El mundo había, por fin, reaccionado, pero de qué manera. Habían pasado cientos de días con sus noches recorriendo cientos de kilómetros a pie sólo con el fin de buscar un futuro mejor. Y ahora, después de tanto tiempo, al ver una casa, se había derrumbado. Por fin lo había logrado, ahí estaba su futuro. Frente a ella: un campo, una casa… Y una alambrada.

Pseudónimo: “Clara”

Agonía en un prado

Se arrastra en el silencio. Ha regresado.
Se arrastra sobre la hierba aguda, fría, impasible. No respira, no hay aire. Los colores mudos le dan la espalda. No hay aire, siente dolor, profundo. Criminal. No hay aire. Su grito silencioso no brota de su garganta. Aullido de dolor que se desvanece.
Se arrastra en silencio. Ha regresado.
La húmeda hierba humedece su estéril cuerpo. Seco, enjuto, yermo, muerto. Sobre el frío prado se arrastra.
Necesita volver. Tiene que regresar. La casa está lejana para una mujer que es un reptil. Con sus vidriosos ojos la mira en el horizonte. Las lágrimas de su desértico cuerpo mojan la aguda, fría e impasible hierba.
Es una penitente en medio del silencio, de la agonía, de la muerte. Está regresando. La lejana casa la mira sombría. El cielo ha perdido su color, la casa está lejana. La hierba aguda, fría, impasible. La muerte espera.
Y en su último esfuerzo su aliento agónico siembra de recuerdos la fría tierra. Surgen de ese aliento lejanos sabores de juventud, cuando el cuerpo era fértil, cuando su lozanía desprendía un aroma de deseos que hacía que floreciesen los jardines, que las abejas libasen néctares de íntimos cálices, cuando los animales de la granja se apareaban tras percibir su olor. Cuando el cielo brillaba rojo al atardecer, encendido del deseo ajeno que iluminaba con sus mortecinos rayos. Cuando no había prado y había edenes de deseos desnudos. Cuando había aromas a hembras sembradas.
Se arrastra en silencio. Ha regresado.
Su cuerpo se tiñe de ceniza. Piernas ya muertas. La casa yace sobre un horizonte de agonía.
Es su último aliento. Regresa penitente. Todavía sobre su piel conserva el recuerdo de su roja pasión. Sabe que él estará dentro. Busca perdón. Ofrece su último beso.
Se arrastra en silencio. Ha regresado.

Pseudónimo: “Alonso de Quintanilla”

 

“Todo pasa y todo queda”

El pasado viernes los alumnos de 1º de Diversificación despidieron a un compañero que, por los avatares de la vida, se va a vivir a otra ciudad. Entre exámenes y prisas quisieron hacerle una pequeña fiesta. Globos de colores en el aula, las bolsas para un picoteo, un regalo de parte de todos. Rápido, rápido, que ya se va. Es el último día. El último examen. Lo vemos, subiendo por las escaleras, con el libro de Tecnología abierto todavía.

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Alejandro Pastor con sus compañeros de clase
Y ya está. Lunes, el asiento vacío, la nostalgia de sus compañeros.
Y así lo vemos irse, a empezar una nueva etapa de su vida, en otro lugar.
Al igual que sus compañeros, le deseamos lo mejor. ¡Buen camino, Alejandro! ¡Queda tanto por vivir a vuestra edad!
Y así, se me viene a la mente la sensación de que las personas dejamos de estar en un lugar, como ese clic de “disolver” y “aceptar”, pero siempre queda la huella de su paso, que se nos representa en el momento más inesperado, en cualquier pequeño detalle. Cuesta decir adiós, a un compañero, a un alumno, a un conserje, a cualquiera que, en el día a día, te hace un poco más fácil este trabajo. Solo queda decir “que te vaya bien”, “cuídate mucho”, “que tengas suerte”. Lo decimos de corazón. ¡Hasta siempre!